Noche. Camión de nafta YPF. Una mujer muy joven, con el cabello cubierto de rastas, está sentada en el piso del compartimiento trasero del camión. Una mochila de viaje a su lado. Se encuentra separada de la cabina del conductor por un vidrio polarizado. Aunque se esfuerza por evitarlo, sus manos, temblequean. Las tiene de un color llamativamente rojo, casi bordó.
Mujer de rastas: (Dirigiéndose al conductor) -En cuanto llegue al micro me las corto (Pausa) Las rastas digo. Yo no quería. No quería… Pero ella… Ella fue. Fue culpa de ella. (Se refriega las manos con fuerza) Sabe. Sabe que si me viene el impulso, ¡zas! (Golpea una mano sobre la otra generando un sonido firme y cortante) Hago lo primero que se me cruza por la cabeza. (Pausa) Y mire que tuvo paciencia. Esperó y esperó. Hasta que ya casi faltando un par de días para volver a Buenos Aires, después de hacer el fuego para desayunar en el camping, se me dio por decirle: “Me parece que tenés razón, no son tan feas las rastas” ¡Zas! (Vuelve a golpearse las manos una contra otra). Como siempre. Ni siquiera se por qué dije eso. Un acto de debilidad, una pulsión; que se yo. Y acá me tiene… (Fragmento del monólogo Piedra Libre de Natalia Aparicio. Buenos Aires, 2009)
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